Sobre los medios de comunicación y el vegetal postmoderno

Los medios de comunicación, la prensa en general, se ha convertido en creadora de mitología moderna y esta, como la antigua, no funciona sino como generadora de olvido.

Bombardean constantemente con historias nuevas que siempre se repiten, reproduciendo una y otra vez distintas acciones prácticas que siempre son las mismas, elevando a sus protagonistas a la categoría de héroes. El cine, la televisión, la radio, los periódicos, son fábricas de héroes cotidianos que no existen. La gente idolatra modelos de “nobleza de espíritu” que no se ven en la realidad. Al final, todo lo que se consigue es una alienación de lo real y la incapacidad de ser conscientes de las carencias y limitaciones colectivas o individuales. En palabras de Pere Saborit: “Desviar tanto la atención hacia lo que Foucault denomina micro política, supone que se acabe perdiendo de vista el rostro del enemigo.” Puede entenderse el enemigo en un sentido muy amplio y una vez más este enemigo puedes ser tu mismo, tu incapacidad de mirar hacia ti, o problemáticas que afecten de forma global. Viendo la televisión, incluso viendo un debate político (siempre sobre micropolítica) nunca se conseguirá trascender hacia lo realmente importante y se limitaran estos, a discusiones estériles sobre hechos intrascendentes de políticas también estériles.

Una de las características de este siglo podría ser la estrecha colaboración entre el mundo de la política y los medios de comunicación, hasta llegar esta a necesitarlos en su misma esencia. La política partidista de las democracias occidentales es tan creadora de mitología y olvido como los medios de comunicación. Para ello, es necesario que el teatro político de nuestras democracias sea capaz de crear debates (y para ello división) sobre hechos políticos irrelevantes en realidad, que no provocaran ningún cambio ni por supuesto ninguna mejora y que consiguen alejar al populacho de los problemas que realmente le afectan y sobre los que no tiene conocimiento, ni voz, ni voto.
Juntos, la política y los medios, han conseguido crear un mundo paralelo, alejado de la realidad y en el que no cabe más que el delirio colectivo y el alejamiento de lo real. Algunos sociólogos consideran la religión como el hecho social por excelencia y esta no puede ser entendida sino como delirio colectivo original que a nivel individual encuentra su fuerza en el miedo a la libertad. El morbo que provoca el entendimiento de las acciones prácticas ajenas también puede ser interpretado como miedo a la propia libertad y desde este punto de vista las similitudes entre televisión y religión son obvias. La televisión sería la religión postmoderna por excelencia en la que tendrían cabida otras tantas religiones y dioses. De hecho, el dios cristiano sería únicamente uno de los miles de dioses ofertados por el politeísmo televisivo.

Al final, la intención de los medios no sería contar la “gran historia”, sino de contar ininterrumpidamente miles de pequeñas historias deformadas hasta más no poder. Estas historias despiertan el interés del vulgo por conocer como otros han hecho uso de su libertad, no son una novedad y además se repiten adoptando formas distintas y consiguiendo que la memoria a largo plazo se reduzca al planning televisivo de la semana. La gente no vive su propia historia sino que vive miles de pequeñas historias ajenas que luego olvida. El ciudadano medio no tiene, de hecho, vida propia del todo, o esta representa un porcentaje mínimo del tiempo que se pasa respirando. Si a esto se le suma el tiempo que pasa delante de una pantalla, vida, ciertamente tiene poca y al final, quizás sea mejor, para el vegetal postmoderno, sopesar la opción del suicidio que en suma, será más efectiva.