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ConceptosAbstractos es una valvula de escape. Critica social, filosofia, politiqueo, y lo que se me ocurra. Se que algunos textos son un tanto espesos, pero creo que valen la pena. Vosotros direis.

Monday, May 28, 2007

Del nuevo ídolo

“En la tierra no hay ninguna cosa más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios.” De esta manera hizo hablar Nietzsche al Estado en Así habló Zaratustra, parodiando el pensamiento de los “superfluos” y “demasiados” acerca de su nuevo ídolo.

El Estado se ha convertido hoy en un padre todopoderoso que nos ampara y nos protege, nos quiere y nos cuida y nos enseña a distinguir entre lo bueno y lo malo. Freud dijo de Dios que respondía a la necesidad psicológica de proyectar la sensación de amparo paterno. Ahora, muerto Dios o no, el Estado responde a esa misma necesidad de protección que los asustados de siempre tienen.

Apareció como ser metafísico y supremo después de la revolución francesa con la caída del absolutismo y la secularización del dominio público y se convirtió en omnipresente y omnipotente con la llegada del capitalismo y el estado de bienestar.

Las raíces de esta fe se encuentran en el siglo XVIII. En el año 1797, Kant escribía: “La idea de una Constitución en consonancia con el derecho natural de los hombres, a saber, que quienes obedecen la ley deben ser simultáneamente colegisladores , se halla a la base de todas las formas políticas […]”
El hecho de que Kant utilice aquí el concepto de “derecho natural” entra en perfecta consonancia con la creencia extendida hoy en día, según la cual, la libertad de la democracia y la economía de mercado, son el tipo de organización que mejor se adapta a la naturaleza humana; como si la democracia fuese realmente libertad y la economía no se hubiese convertido en una ciencia estudiada. El capitalismo de hoy no es librecambismo. El país que más sabe de proteccionismo es el que más orgulloso porta el estandarte del librecambismo.
Pero Kant ya había ido mas lejos el año 1784: “Abandonar el estado anómico propio de los salvajes e ingresar en una confederación de pueblos, dentro del cual aun el estado más pequeño pudiera contar con que tanto su seguridad como su derecho no dependiera de su propio poderío o del propio dictamen jurídico, sino únicamente de esa confederación de pueblos, de un poder unificado y de las decisiones conforme a leyes de voluntad común.” Y hoy tenemos a la ONU que aunque su función real es muy cuestionable, se presenta ante el mundo como “confederación de pueblos” en defensa de las libertades conforme a “leyes de voluntad común”. Además, ingresar en una “confederación” de este tipo supone, según las palabras de Kant, abandonar el estado propio de los salvajes, de los animales y progresar hacia los niveles más elevados de humanidad.

El culto al Estado de nuestros días no es consecuencia de lo ocurrido durante el siglo XX: el siglo XX no ha inventado nada; solo es el resultado de cómo antiguos planteamientos políticos se convirtieron en acontecimiento. Estos planteamientos se instalaron haciendo ruido, haciendo sonar tambores de guerra; hicieron falta muertes, y esto, para los despreciadores del mundo, es ya un motivo más que suficiente para la veneración. La construcción de los estados democráticos actuales es una obra de la masa, por eso la masa se siente identificada con ellos.

Sentimos que formamos parte de la culminación de un proceso histórico que ha durado siglos. Creemos haber logrado la perfección en la organización de lo social gracias a la razón que por fin logró imponerse. Pero, ¡Que es la razón sino fe! Es más, ¿Acaso no fue la fe la que inventó la razón? El escepticismo postmoderno no solo se debe al fracaso de otros ideales como el comunista, o el uso que el hombre hizo de la ciencia y la técnica en acciones como la de Hiroshima por ejemplo; sino que existe la creencia de que con el estado democrático se ha alcanzado la perfección. Que en el espacio postmoderno no existan ya, o no puedan ya tener éxito los metarelatos, no se debe solo a la experiencia de un fracaso, sino que más bien esta experiencia acrecentó el parecer colectivo de que se había alcanzado una meta.

Así pues, ¡Alégrense señores, la divinidad, el Estado, ya han llegado! ¡Una nueva providencia! ¡Un nuevo redentor! ¡Un nuevo señor vive y dicta sobre la tierra! ¡El ocaso de la barbarie! ¡El triunfo de la civilización y la razón! ¡Un nuevo ídolo ha nacido! ¡Aprended a amarlo, pues él traerá la salvación! ¡No penséis! ¡No tengáis miedo: la libertad aun queda lejos!

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